El Sascha fue, sin duda, el primer automóvil moderno de competición diseñado por Ferdinand Porsche: ligero, ágil, maniobrable y con un motor ávido por subir de vueltas.
El coche incorporaba detalles muy poco vistos hasta entonces, como frenos en las cuatro ruedas -lo normal, en aquellos años, era montarlos sólo en las ruedas posteriores- y dos depósitos de gasolina solidarios a la estructura del chasis -completamente separados e instalados justo por debajo de  los ocupantes- que garantizaban un mejor reparto de pesos y un centro de gravedad aún más bajo. El motor se basaba en el cuatro cilindros y casi 1.100 cm³ del Sascha “de calle”, pero empleaba un bloque y cilindros en aluminio que sustituían los elementos en fundición de aquel. El único elemento que se mantuvo en fundición de hierro fue la culata.
Porsche conocía el particular comportamiento de los aficionados  sicilianos, decididos a favorecer a sus compatriotas colocando piedras a los rivales si era necesario. Por ello, y a pesar de que los colores nacionales de Austria  eran el rojo y el blanco, se ordenó pintar los coches completamente de rojo -“a la italiana”- para garantizar un recorrido sin sobresaltos “patrióticos”.
Siguiendo una sugerencia de Kolowrat, gran aficionado a los juegos de cartas, se identificó a cada coche con los palos de la baraja de póker. Neubauer llevaría diamantes, Kuhn picas, Pöcher tréboles y Kolowrat corazones.