25 coches afrontan la carrera, 22 vueltas para completar en total unos 500 km y 300.000 alemanes que no contemplan otra posibilidad que la victoria de uno de los suyos.
Durante las primeras vueltas, Rudolf Caracciola (Mercedes) y Bernd Rosemayer (A.U.) luchan por la primera plaza sobre una pista mojada. En un segundo grupo, Stuck (A.U.), Brauchitsch y Fagioli (Mercedes) y un sorpredente Nuvolari con su viejo Alfa Romeo. El pequeño mantuano, medía 1,65, hacía todo tipo de aspavientos en el coche, incluso le hablaba, era su forma de conducir, el genio italiano mantenía el tipo.
En la novena vuelta, Rosemeyer entra en boxes a cambiar neumáticos. El resto de coches alemanes continúan mandando “manu militari” la carrera y de los Alfa Romeo sólo queda en liza Nuvolari, los otros dos se han retirado.
Pero Nuvolari, aguanta de forma incomprensible el ritmo de la cabeza, e incluso va recortando distancias, logrando bajar en esa vuelta de los 11 minutos. Algo jamás logrado en Nurburgring. Los espectadores se convierten en testigos privilegiados de ver a un piloto “Al Otro Lado”. Una experiencia que en contadas ocasiones viven estos aurigas del motor. Senna bajo la lluvia de Donington en 1993, Fangio en Nurburgring en 1957… Senna lo definía como el paso a una dimensión paralela en la que todo sucede a cámara lenta e incluso el control del coche escapa del “yo consciente”.
Nuvolari adelanta a Caracciola y es líder de la prueba. El anuncio por la megafonía del circuito deja muda a la multitud. ¡No puede estar sucediendo!
Tras el italiano, Rosemeyer y a su zaga, Von Brauchitsch que clava una vuelta inimaginable de 10’ 32”.
Última parada en boxes que los cuatro de cabeza, Nuvolari, Von Brauchitsch, Rosemeyer y Caracciola, efectúan al tiempo.
La impecable disciplina de los alemanes de Mercedes consigue colocar tras la parada a Von Brauchitsch en cabeza, seguido de Caracciola y Rosemayer.
¿Y Nuvolari? El desastre ha sentado plaza en el box de Ferrari, la bomba de repostaje se ha roto y los mecánicos se ven obligados a rellenar el depósito de forma manual. Pasan 2’ 14” hasta que consigue volver a la pista.
Todo parecía volver a la normalidad y los jerarcas nazis presentes en el circuito respiraban tranquilos una vez eliminado de la ecuación el molesto italiano.
Faltan 6 vueltas y la victoria de Von Brauchitsch parece cantada. Neubauer, jefe de equipo, le ordena conservar ruedas y bajar el ritmo, pero la exaltación y el empuje de los 300.000 espectadores empujan al alemán a seguir apretando.
Y en ese momento, desafiando, una vez más, a toda lógica Nuvolari ha ido recuperando posiciones ¡y es 2º!
-¡Amazza oh!, (¡Que me maten!) comenzando a recortar la distancia con el líder.
En la última vuelta, la distancia entre ambos se ha reducido a unos exiguos 30” (no olvidemos que el circuito tiene un perímetro de casi 23 km).
Los coches desaparecen de la vista en ese entramado boscoso y todo el mundo está pendiente de las actualizaciones que se van facilitando por la megafonía. Pero es tal el estado de agitación del comentarista que apenas se le puede entender lo que dice.
El silencio sobrevuela la línea de meta y todos contienen la respiración esperando ver surgir de entre la niebla una flecha plateada.
Pasan los minutos y finalmente el ruido de un motor anuncia la llegada del coche vencedor. La bandera a cuadros se rinde al héroe de Nurburgring y su color es…
– ¡Rosso, é rosso. Sconvolgente, incredibile, assolutamente travolgente¡ (¡Rojo, es rojo, arrasador, increíble, totalmente aplastante!)
El coche nº 12 con Nuvolari al volante, el obsoleto Alfa Romeo P3 Type B de la escudería Ferrari ha conseguido lo que parecía imposible, desafiando así a la crónica no escrita de los jerarcas nazis.
Tan seguros estaban de que iban a escuchar el Deutschland über Alles (himno alemán) que no contaban con una copia de la Marcia Reale (himno italiano). Pero una vez más Nuvolari sorprendía y una ajada copia que llevaba consigo atronó los altavoces de Nurburgring.
La corona de laureles, pensada, como no, para los altos pilotos alemanes colgaba absurda en el menudo cuerpo del triunfador.
No es extraño que a esta victoria se la conozca como “La Victoria Imposible”. Los aficionados que se acercaron, con temor reverencial incluso, a ver el pequeño Alfa lo llamaban el coche del Der Teufel (del diablo) no encontraban otra explicación para lo que acababan de presenciar.
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